«Hace muchos años, un amigo que pasaba algunos días en casa miró en torno a él, pensativo, y dijo: «Usted y Donald juegan«. Recuerdo haberme sentido sorprendida y haber pensado que eso arrojaba una nueva luz sobre nosotros. Desde luego, nunca habíamos decidido jugar, no había en nuestra conducta nada consciente, nada deliberado. Vivíamos así, simplemente, pero yo entendía bien qué quería decir con ello nuestro amigo. Jugábamos con las cosas (nuestras poseciones) adquiriéndolas, reordenándolas, descartándolas según nuestro estado de ánimo. Jugábamos con las ideas haciendo con ellas malabarismos al azar, a sabiendas de que no teníamos la menor necesidad de estar de acuerdo, a que éramos lo bastante fuertes para no sentirnos heridos uno por el otro. En rigor, el problema de herirse el uno al otro jamás se nos planteó, pues operábamos dentro del área del juego, donde todo está permitido.»
Claire Winnicott
Usted y Donald juegan…
